ESTOY VIVO, QUE NO ES POCO...
Horas de frío siendo viejo. Este invierno me duele
demasiado. Siento el frío mucho más que otros años. A pesar de una gruesa
armadura de calzoncillos largos, camiseta, camisa, pulóver, un chaleco gastado
y suavecito, a los que agrego la manta sobre los hombros y las medias de lana y
las pantuflas de abrigo y el rincón junto a la ventana que bendigo y
la enfermedad enemiga que me anida y mi familia siempre cerca y mis
amigos que todavía me acompañan y mis libros y papeles que con los que nos hemos
hecho más amigos que nunca y de la radio que disfruto como un vino... y a pesar
de todo el frío, insolente, se mete con mi vida sin pedir permiso. Me
agarran unas ganas terribles de pasarme todo el día en la cama y levantarme
cuando el sol de primavera haga más amable la existencia. Pero me resisto. A
los ochenta y pico no quiero perder un minuto. Tengo la misma actitud que
cuando era chico y los domingos peleaba cada minuto tratando de prolongar
la tarde para que no me quedara sin jugar lo que todavía me faltaba ese día.
Siento, a cada instante la necesidad de vivir apasionadamente. Este don que es
la vida no admite claudicaciones. Es como una vela que encuentra su sentido
mientras arde y se consume, hasta el final, a pesar de los vientos que la
torturen. Siempre tengo compañía, porque cuando se me olvidan las casos más
cercanas, aparecen del fondo de mi propia historia, los amigos de
la infancia y la aventura de dar vueltas a la manzana en triciclo y el carro
del lechero con su caballo oscuro en el que soñaba viajar muy lejos, los
árboles de la casa paterna, donde armaba ejércitos de bulones oxidados que eran
soldados o latas vacías de conservas convertidas en terribles tanques de guerra
y mi mamá que cruzaba todo ese enorme patio para llevarle a mi padre un mate
endulzado con el amor que ponía en cada uno de sus gestos. Los años traen sus
ventajas, cada vez olvido más las ausencias, los momentos tristes, perdono y me
perdono los errores, me hago resignadamente tolerante. A pesar de lo cual
agradezco que algo definitivamente cada vez tolero menos y es la intolerancia.
Que importantes son estos minutos que me quedan.
Aunque me duela, cada paso que doy tiene sentido, Puede ser el último y
debo aprovecharlo. Mido estos esfuerzos y trato de que me lleven hasta alguien,
porque mi corazón palpita urgencias y deseos, poder cambiar una sonrisa
me alimenta. Aprendí nuevas técnicas para poder cuidar de mis plantas y flores
a las que necesito. Quizás, lo más importante, cada vez valoro más los gestos
de comprensión y cariño que me brindan.
Estoy vivo, que no es poco...
Cicerón
¡hermoso!
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